Ésta columna me la censuraron hoy…
Los magistrados de la Suprema
Corte de Justicia, ahora guardianes de la moral, toman una resolución en contra
de las palabras discriminatorias. Y está a toda madre, era necesario; pero
salvaguardar la moral también significa salvaguardar la dignidad humana: cosa
en la que no han puesto la debida atención. Será delito el llamar “puto” a un
homosexual, y qué bueno; pero todavía no es delito meter a la cárcel a un
inocente.
Los homofóbicos tendrán que tener
cuidado con lo que dicen. Les será más difícil aún el demostrar con insultos y
palabrerías que los anormales no son ellos y la respetable comunidad homosexual
tendrá que seguir lidiando con los intolerantes: a los que yo llamo, con o sin
permiso de La Suprema Corte de Justicia, idiotas (aquí no es insulto, es una
descripción agraciada).
Cada quien sabe con quién
convive, con quién se junta o con quién se acuesta y el que piense lo contrario
se equivocó de siglo. En éste que comienza, “Puto” no es el problema, el
problema son los imbéciles. El llamar “puto” a un homosexual es insultar a la
persona, a la dignidad y al proceso evolutivo y el llamar tonto a un imbécil es
malbaratar el lenguaje.
Para mí un homosexuales es un ser
humano con preferencias distintas a las mías y desde niño sé que “puto” es el que
raja con la maestra, el que traiciona tu confianza, el que te roba o el que le
corre a los “chingadazos”… Francisco de
Quevedo, una de las plumas más importantes de la literatura española, en su poema
ˈEl desengaño de las mujeresˈ dice: “Puto
es el gusto, y puta la alegría que el rato putaril nos encarece…”
Las palabras son discriminatorias
solamente cuando se utilizan con ese fin. Las palabras son para usarse, sí, el
problema es cuando las usan los idiotas: esos que llaman “puta” a una mujer que
vive la vida como le place y como lo merece, los que utilizan la palabra “indio”
como un insulto absurdo o los que llaman “mugroso” al que no tiene que comer. Todos
esos… son un puto caso para La Suprema Corte.
Alex Villasana C.
Un verdadero caso, hermano. Como siempre excelente. Agustín C.
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