jueves, 26 de agosto de 2010

No Es Sugerencia ¡Es Queja! ©



Organización Ramírez
Av. Guillermo González Camarena
Nº 1600, 4to. Piso B, Col. Santa Fe
Del. Álvaro Obregón, D.F. CP 01210
http://www.cinepoliscorporativo.com.mx/

México DF a 25 de agosto de 2010

“A los encargados de atender las quejas y reclamos (O como sea que se denomine)”:

Por medio de la presente quisiera hacer constar mi indignación e insatisfacción a causa de una serie de penosos acontecimientos que me sucedieron en el Complejo Cinépolis ubicado en Av. Universidad Nº 1000, Col. Santa Cruz Atoyac, Del. Benito Juárez, México D.F.
Déjenme decirles que desde hace ya algunos años suelo asistir a este lugar debido a la comodidad de que son el cine más próximo a mi hogar y por que las cadenas de cines —como ustedes comprenderán— tuvieron a bien apoyar a la quiebra del Cine Coyoacán, al cual, asistía habitualmente desde niño. De un tiempo para acá, he notado que en sus instalaciones han cambiado algunas cosas para bien; por las cuales los felicito, pero también he notado algunas otras para mal; por lo que decidí hacerles llegar esta carta de reclamo:

Hace relativamente poco tuve a bien asistir con una compañera de ocio a sus multi cinemas con el propósito de disfrutar de una buena película y saciar el antojo mutuo de una que otra golosina que suelen ofrecer. Nunca imaginé lo que me iba a suceder, pero déjenme decirles que no fue siquiera cercano a lo agradable.
Aprovechando que era miércoles, y que en ese día en particular los boletos suelen estar en su precio real, nos dirigimos a disfrutar del séptimo arte cuando una lluvia torrencial, que casi alcanzaba el grado de diluvio, nos empezó a deteriorar el momento. Sé perfectamente que no puedo culparlos por dicho fenómeno natural, pero fue el preludio de lo que tuvieron mucho que ver. Al llegar al estacionamiento me di cuenta de que mi grandiosa idea de ir al cine a disfrutar de una función, había sido colectiva. Parecía que el estacionamiento era gratis y no cobraban las horas como minutos de vida por que estaba, de verdad, a reventar el asunto. Hasta los que llegaron a pie tenían problemas para encontrar un pasillo por donde caminar, y los que llegamos en ruedas, gastamos medio tanque de gasolina dando vueltas en busca de un resquicio. Después de varios minutos se perdió toda esperanza de encontrar un hueco en el estacionamiento techado, por lo que me dirigí desesperado a la azotea. Cuando llegué a la superficie el lugar contaba con lugares vacíos —por supuesto lejos de la entrada— así es que caballerosamente deposité a la señorita en la puerta y me dirigí a estacionar el auto con la esperanza de que el cielo calmara si ira. Como era de esperarse, el agua nunca tuvo la decencia de aplacarse, y como era de imaginarse, a ustedes nunca se les ocurrió colocar un camino techado para evitar que llegáramos como sopa los desventurados que tuvimos que aparcarnos en medio de la tempestad. Tendré que entender que tal vez este punto sea más bien problema de la Plaza Comercial; aunque creo fielmente que sería un muy buen detalle de su parte resolver la situación.
Después del altercado con el clima, y de desaguarme como pude con el secador de manos del baño, llegamos a formarnos al final de la cola que se encontraba como a medio kilómetro de la taquilla. Estoy consiente de que no puedo culparlos por la cantidad de gente que había, pero creo firmemente que si podrían hacer algo para que te conteste alguien en la Línea Cinépolis en días de alta demanda, y poder así, comprar los boletos con anticipación, o por lo menos, prevenir que la asistencia será muy alta y evitar que haya solamente tres cajeros en sus varias cajas.
Ya con los boletos en la mano y con tiempo exagerado para que empezara la función decidimos dar un recorrido y comprar los suministros. Después de dar vueltas por la plaza y mirar los carteles de las películas, llegamos a la confitería dándonos cuenta de que había una fila interminable para comprar las palomitas, lo que me recordó que a veces la fortuna tiene la puntada de darte un zape para confirmar el bofetón que te sorrajó con anterioridad. Al ver mi cara de pantano, mi caritativa acompañante se ofreció amablemente a formarse en la fila kilométrica mientras yo hacía lo mismo en la otra para comprar los refrescos y golosinas. Por cierto, esto me recuerda una pregunta que me hice al estar esperando mi turno: ¿Porqué no venden las ricas copas de helado de los cines de antes? Esas de envase de plástico que tenían pedazos de nuez al principio y mermelada de fresa al final. Nos harían felices a varios si las tuvieran dentro de sus costosos productos; ya que no es por nada, pero los helados que venden, la verdad, no valen lo que saben.
Cuando terminé con las compras me di cuenta que la compasiva cinéfila se había movido sólo unos pasos en su espera, por lo que me ofrecí a relevarla. En su infinita comprensión me dijo alcanzarme en unos momentos con las rosetas y me sugirió irme adelantando a la sala para encontrar buenos asientos; ya que llevaba carga excesiva en mis brazos. Al existir una confianza entre nosotros le agradecí el amable gesto así es que le di su boleto y me dirigí a mi nuevo destino.
Llevaba las golosinas y refrescos, los cuales, se me vertieron en la camisa que casi lograba secarse del aguacero, y con todo y que llevaba mi charolita, cuando no iba ni a la mitad del camino ya había chorreado un cuatro del contenido líquido en mis prendas. No puedo acusarlos por mi estupidez, pero sí por el hecho de atiborrar de hielos los vasos para dar menos refresco. Después de contar hasta diez, me dirigía a buscar un buen lugar — por que ya me la sé— si llegas tarde te toca en la primera fila, y como premio de consolación a dos horas de ojos llorosos, te llevas a tu casa una maldita tortícolis que tarda en desaparecer.
Hacía horas que estábamos en el recinto y lo mínimo que podía pasar era llegar temprano a la cita. Afortunadamente así fue y había varios lugares dentro de la sala, así es que escogí un par de ellos que se encontraban ubicados en la yarda cincuenta. Después de esperar apenado casi diez minutos, mi compañera de asiento llegó con las palomitas después de pasar su casi interminable suplicio. Para que no todo sea queja, déjenme decirles que ¡qué buenas son sus palomitas con chile! Bueno, creo que la idea de ir al cine salió de ese antojo.
Cuando llegó mi dama de honor la sala, caballerosamente me levanté enseguida para ayudarla con las bolsas cuando me di cuenta de la cruel realidad: me había traído unas de caramelo. Nunca he sido quejumbroso ni melindroso para comer; por el contrario, soy de las pocas personas que comen prácticamente de todo; hasta lo inimaginable para muchos, pero las palomitas de caramelo nomás no las trago. El sólo hecho de imaginar que las como hace que se me empalague la mente y se me retuerzan los labios, y cuando me las catafixian por mis favoritas —las de chile—, pues menos se me antojan. Como les comenté, ya existe confianza entre la errática dama y el que escribe, así es que le hice saber del desliz, y decidí hacer algo al respecto; ya que ingenuamente pensaba la película iniciaría en unos minutos. Con frustración me explico que su error había sido el no fijarse en el producto que le habían dado; ya que según su argumentación, ella había pedido claramente unas palomitas grandes con chile. Nunca podré dudar de su palabra por lo que, apoyado en la misma, decidí ir a hacer un cambió físico pensando que no iba a haber problema alguno. Llegué al lugar desencantado al ver frente a mí otra fila interminable, por lo que decidí pedir ayuda a alguien que trabajara en el área. Cerca del lugar se encontraba un individuo uniformado así es que me le acerqué para presentarme y contarle mi inconveniente. El sujeto se identificó como supervisor, y después de un mitote exageradamente prolongado, jamás me pudo —o quiso— resolver mi problema. Después de minutos de intransigencia y el tiempo perdido absurdamente con aquella persona, terminé comprando otras palomitas con chile y dejándole las erróneas al señor supervisor para que en el próximo carnaval las utilizara de sombrero o las almacenara en donde mejor creyera conveniente.
Después del altercado me dirigí hacia la sala esperando olvidar lo sucedido disfrutando de mi botana, la película y de la afable compañía. Cuando llegué a los asientos se me resbaló al instante lo acontecido y empecé a deleitarme con el momento. Empezó la plática y las eventualidades ya eran cosa del pasado y parte del buen humor. Casi cando estábamos por preguntarnos cuándo iría a empezar la película las luces empezaron a perder intensidad hasta llegar a la penumbra. Volteamos atentos a la pantalla para ver las imágenes que aparecerían cuando aparecieron los morosos que nunca faltan incomodando a pisotones a los que ya se encontraban acomodados desde antes que se apagara la luz. Empezó la proyección y lo que fueron veinte minutos de tedio y desesperación. Yo entiendo y hasta disfruto de los cortos de las películas. Es entretenido, y en mi caso útil, por que te enteras de los próximos estrenos y las posibles películas que se acerquen a tus gustos, pero por que diantres nos hemos de chutar comerciales en el cine; que si en la televisión son desesperantes, en el cine son todavía más largos. No habría manera, entonces, de que nos hicieran un descuentito en los boletos, por que hoy en día están más caros que cuando no vendían los espacios en los cortos.
Cuando pensamos que el avance que se proyectaba ya había sido demasiado extenso, la audiencia empezó a percatarse de que la película había comenzado. Al ver a los personajes y la trama, caímos en cuenta de que ¡no era nuestra película! Ojalá y hubieran dejado la equivocada por que la que escogimos realmente estuvo bastante malita, pero cuando el Cácaro se dio cuenta de su error ya iban como 15 minutos, y sin previo aviso, le dio el cortón a la proyección para proseguir con el filme correcto. El tiempo en que corrigió la sandez duro otros 10 minutos, y lo peor es que en ese lapso de espera nos tuvimos que recetar de nuevo las imágenes y entradas del principio, las cuales, ya nos sabíamos de memoria. Sin exagerar ya habían pasado casi dos horas de que llegamos al cine por que sus horarios de: 19:45, 20:15 o 21:20, obligaron a esperarnos una hora deambulando por el lugar para hacer tiempo a que llegara la hora de la película.
No sé si en el afán de resolver el problema lo más rápido posible, por que realmente me declaro un ignaro en cuanto a la tecnología de video proyección, hicieron algo mal por que se notaba algo raro en la película. No se necesitaba ser un experto en leer los labios para darse cuenta enseguida de que, en varios momentos de la película, el audio comenzaba a desfasarse de la imagen. Parecía que estábamos viendo “Operación Dragón” de Bruce Lee, pero en vez de agitación y pésimo lip sync, el público estábamos abrumados de adormecimiento con la película que teníamos en frente, y a la cual, no vale la pena ni hacerle mala publicidad. De ningún manera podré adjudicarles una culpa que sólo puede repartirse entre el director del filme; quien seguro en su extraña visión de lo que es el esparcimiento trató —fallidamente— de realizar una historia convincente y entretenida, y nosotros por haber escogido —forzosamente— la mentada película. Pero estoy seguro de que el sonido y la imagen de la sala son responsabilidad de ustedes.
Pasó hora y media de aburrimiento, pero al fin terminó la película. Nos levantamos de los asientos pensando y analizando objetivamente lo que había sucedido. Cuanto más se tratara de justificar lo acontecido, mayor era la decepción, y cuanto más quería descargar mi frustración, mayor era el resentimiento.
Al salir por la parte superior de la sala, nunca esperé una cortesía para que enmendaran sus errores —y con el entripado que pasamos menos—, pero cuando quise pagar el estacionamiento, y me tuve que formar en mi tercera fila interminable del día, empecé a pensar lo contrario. La tendencia era la misma que en las taquillas. Por alguna razón sólo operaban dos de las cuatro máquinas, y aunque sé de antemano que eso tampoco les compete, pensé en mi rabieta — y sigo pensándolo— que: “deberían, de menos, sellar el mendigo boleto”. La serie de eventos que ocasionaron la tardanza me hace levantar sospechas de un oscuro contubernio.
No pido que me devuelvan el dinero de las entradas por que, a final de cuentas, me soplé toda la mala película —con pésimo sonido—. No puedo pedirles que me devuelvan el tiempo perdido por que sé que jamás en la vida lo lograrían. No pido que me devuelvan tampoco el costo del estacionamiento por que sé que es otra persona la que se está enriqueciendo con ese negocio, y tengo que entender, que se encuentra fuera de su alcance. Tampoco pido una disculpa porque casi nunca son sinceras. Lo que si pido, no, más bien ¡exijo! Es que se me devuelva —íntegro— el costo de unas palomitas que ni en un millón de años me comería, y no lo hice. En su defecto, y por que a final de cuentas no soy una persona intransigente, puedo aceptar que se me retribuya en especie, por lo que estoy dispuesto a ir a recoger mi bolsa de palomitas con chile el día que me digan.
Sin más por el momento pido se consideren mis peticiones, esperando que lo acontecido nunca vuelva a ocurrir en sus instalaciones.


A T E N T A M E N T E


Alejandro Villasana Carbonell

1 comentario:

  1. MANDASELAS PARA QUE TE DEN TUS PALOMITAS NO SE VALE!! JAJAJA!!! ME ENCANTO

    ALE CANTU ;)

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