martes, 16 de noviembre de 2010

Serenata Canina ©


Los tiempos de tranquilidad del vecindario se han visto afectados desde hace algún tiempo por una situación que tiene que ver con una de las viviendas y sus peculiares miembros; y no es que uno ande aquí de chismoso, pero el desencanto ya se apoderó hasta de lo razonable. Los vecinos vivimos una penuria, que por más que sea espinosa, tendría que tener solución, ya que la armonía está siendo cada vez más fracturada con forme transcurre el inflexible tiempo. La contrariedad es tal, que hasta los más calmosos comienzan a exaltarse, y es que si los ánimos se siguen caldeando de la manera en que está sucediendo, podría llegar—sin exageración— hasta la desgracia.

La cuadra se ha caracterizado siempre por ser tranquila y una más de las tantas y tantas que conforman al turbulento Distrito Federal. En este casi siempre apacible lugar existen las desavenencias comunes, así como los problemas cotidianos, pero rara es la vez en donde se tiene que intervenir en montón. Desde que me acuerdo los personajes son los mismos, algunos nuevos, otros más viejos, pero los rostros nunca dejan de ser familiares a lo largo de las aceras. Lo que pudiera hacer peculiar al barrio, si lo comparamos con los demás, serían los personajes que lo conforman —me incluyo—, todos ellos buenos, pero todos ellos extravagantes—otra vez me incluyo—, todos con mentes y características distintas, y todos proveedores de entretenimiento y morbo.

Ahora que se ha dado este suceso irreversible, la mayoría de los vecinos intentamos, de la manera más cordial, hacerlo remediable. Sin el más mínimo afán de soltar injurias al aire tratamos de hace ver a los responsables como los únicos remediadores de la situación, nada más; y aunque los antecedentes de los causantes de la discrepancia serían vistos por cualquier jurado del mundo como pruebas irrefutables de su culpabilidad, la razón y la decencia me dicen que no puede ser mi papel el de juzgar, sino el de dejar el asunto a la consideración de los que leen:

Doña Mitotes, como es conocida la dueña de la casa en cuestión, es para muchos la causante de lo que interrumpe con la calma de la entidad. La aludida, quien de ninguna manera es una pésima persona, se ganó este mote a pulso por ser una señora que invariablemente introduce su nariz en cualquier acontecimiento que se suscite dentro del cuadrante vecinal y por que suele hacer de los problemas comunes unas hecatombes desafortunadas, debido a que tiene la bendita costumbre de siempre meter su amable, pero desventurada cuchara en las broncas comunitarias con casi siempre inoportunos desenlaces. La inaudita para muchos, Doña Mitotes, es una curiosa señora que vive en el vecindario desde que tengo memoria. Es una de esas mujeres, digamos robustas, que gustan de la ropa entallada, quizás por alguna añeja moda de su juventud o porque a lo mejor todavía no se inventan las tallas que superan las extra grandes. El peinado tipo “chongo” es lo más recurrente dentro de su arreglo personal y los mallones se acercan a ser su prenda predilecta. La exótica vecina debe de ser una apasionada de los animales, por que tiene numerosos gatos, de todas razas y colores posibles e imaginarios, así como varios perros miniatura de la raza de los “embutidos”. Los felinos seguramente deben de ser un lío en cuanto a cuidados o higiene del hogar, cosa que afortunadamente no es comprobable, ni molesto para la comunidad, a diferencia de los caninos que se han convertido en un tema a discutir, y es que los humanos y hasta los demás mamíferos de la zona, juzgan conveniente que se repare la cuestión.

Con la media luz de la madrugada es cuando los adorados animalillos comienzan a calentar las gargantas mediante desafinados aullidos y escalas musicales que rayan en lo estridente, y cuando apenas y comienzan a aparecer los rayos del sol, los ocurrentes empiezan con su escándalo de ladridos interminables. Imagínense cómo puede caer esta nociva serenata rabiosa a las siete de la mañana, o en ese preciso momento en que abres el ojo poco antes de la hora de despertar y sabes que la rondalla cuadrúpeda te impedirá disfrutar de ese delicioso sueño previo al retumbo del despertador. El martirio matutino es constante y casi ininterrumpible; ya que no hay poder humano que les calle el hocico en sus períodos de insolencia. Solamente el aburrimiento de seguirse los unos a los otros con sus absurdos lamentos es lo que los detiene, y aunque llega el momento en que se apaciguan, se dice que en varios instantes del día continúan con el alboroto. Oséase que los seres pensantes de la manzana debemos de esperar a que los irracionales dormiten para alcanzar el descanso.

La situación hoy en día es preocupante por que ante varios intentos de persuadir a la dueña de los enjuiciados para que haga algo al respecto, los resultados desafortunadamente siguen siendo los mismos: indiferencia total por pate de la gruesa dama y cruel desconocimiento. Ante esta reacción es difícil mantenerse sereno y es que el despabilarse a diario con esa infame alarma está por colmar la paciencia de la comunidad, es como si amanecieras en una jaula de la perrera sin poder dar remedio a lo que sucede, y es que las insensatas bestias no tienen consideración ni siquiera los domingos, y la corpulenta dueña de las mismas tiene la puntada de contar con casi una docena de especímenes. Ante eso no hay quien no pierda los estribos, y es que no hay derecho de amargarle el día a uno desde tan temprano y con semejante agravio. ¿Me pregunto qué le parecería a la enorme mujer que me presentara cada mañana en su puerta para despertarla con berridos?

El movimiento de la mañana parece exacerbar a los cachorros de sobremanera, ya que solamente se necesitan un par de automóviles circulando por la calle para que comiencen con el bullicio. Los cláxones seguramente molestan a sus sensibles oídos por que en cuanto suena la primer bocina la manada enloquece al instante, las señoras que caminan con sus pequeños rumbo a la escuela ha de ser como el peor de los insultos para ellos, y los caballeros trajeados que se dirigen al trabajo seguramente son como una incitación a su histeria colectiva, ¡ah! Y que no se aparezca alguien paseando a su mascota por que la envidia los empieza a corroer y pierden definitivamente la razón, ya que los infelices no conocen el mundo más allá de la reja.

Cuando en un principio pensábamos que estos eran los detonantes principales de su demencia, en los fines de semana y días festivos nos damos cuenta, con inmensa tristeza, que hasta el silencio del asueto los perturba. Aunque no puedo asegurar que lo hacen por fastidiar, no me queda la menor duda de que su desmán no es más que una suplica o reclamo por algo que los enfada.

Entiendo que la gente amante de los animales pensarán que la exageración aparece junto con las quejas, pero lo insoportable de la sinfonía perruna no tiene nada que ver con la protección o el cariño hacia la fauna, y es que si el gallo llega a ser odioso en la desmañanada, imagínense entonces lo que es un coro de perros escandalosos. El Concierto de los “ciento un perros salchicha” es ya del diario, y creo que si no se resuelve el problema, alguien podría tomar medidas más allá de lo políticamente correcto.

Los estudios y las experiencias con las mascotas a lo largo de la historia nos han enseñado que mientras más pequeña es la raza, más molestos pueden ser sus ladridos. Los perros falderos suelen ser curiosos y encantadores, pero también llegan a ser latosos por su constante nerviosismo y su eterno afán de ladrar a causa del aleteo de la mosca. Una prima tenía una French Poodle, que cuando la veías a la distancia te llenaba de enternecimiento debido a su aspecto de estopa de taller mecánico y por su mirada de buey viendo venir un tren, pero mientras más te le aproximabas, esta empezaba a ser poseída por un Demonio de Tasmania chillón y con dientes de alfiler. Era una pereza tener que soportar sus constantes ladridos, ya que la única persona a quien soportaba era mi prima y los demás cuerpos —por que hasta parecía odiar a las paredes— éramos sólo enemigos acérrimos y constantes víctimas de sus incontables gruñidos y mordidas.

Cuando nos encontrábamos en el camino, su reacción inmediata era mordisquear mis zapatos y dobladillos de los pantalones como si existiera una razón para su majadería. Yo, a manera de defensa personal, simplemente me limitaba a acomodarle un puntapié procurando en todo momento no lastimarla o ser visto por sus propietarios, ya que nadie vería normal que un individuo de casi 1.90 metros de estatura descuente, aunque sea con la mínima fuerza, a un faldero que apenas y rebasa los 20 centímetros. Sé que puedo ser señalado severamente por los protectores de animales, pero en mi defensa puedo decirles que la perra—no es insulto, es el femenino de perro—jamás se prestaba para el diálogo, por lo que mi actitud sólo era en respuesta a sus constantes ataques.

Aunque pudiera parecerlo, nunca en mi vida he odiado a la raza canina, por el contrario, me parecen simpáticos y encuentro muy entretenido el verlos correr y jugar, admiro su inteligencia, he Inclusive, me conmueve de sobremanera la lealtad incondicional que le tienen a su amo. Los perros rescatistas, así como los lazarillos los considero hasta como un ejemplo para la raza humana y creo fielmente que se han ganado con creces el título del mejor amigo del hombre, por lo que no es odio lo que les tengo a la jauría concertista, sino más bien algo de pena por la dueña que les enjaretó el destino. La inconsciencia no es de diez perros que gritan desesperados por atención, sino de la mofletuda casera que los mantiene recluidos en un garaje de 10 m2, y el cual, deben de compartir con un auto compacto.

A lo largo de mi vida he disfrutado de varios perros mascota. He tenido de varias razas y tamaños, algunos finos y otros no tanto, y mantengo gratos recuerdos de casi todos ellos. Hasta pucheros suelo hacer cuando recuerdo al que fuera el más reciente y la manera en que dejó al mundo. Este amado perro fue el último en mi lista y así se mantendrá para siempre, porque cómo sufre uno cuando se mueren, y más con los que se quisieron tanto. A partir de su trágico deceso decidí no volver a tener otra mascota, pero solo por evitar sufrimientos no por que dejarán de agradarme.

Era un perrazo mi perro. No era fino, pero perrazo. Inteligente y mañoso como ninguno otro y querido por el que se le ponía enfrente. Inmenso y tragón como el solo, con un carácter recio cuando tenía que tenerlo, pero dócil y afectuoso la mayor parte de su vida. Me duró casi once años, desde la adolescencia hasta mi etapa adulta, recuerdo cuando los dos cumplimos dieciocho el mismo año—él tres de perro— y cómo el veterinario nos dijo, siendo apenas este un cachorro, que lo íbamos a tener que sacrificar por que no tenía movilidad en las patas traseras como consecuencia del raquitismo. Once años después de aquel fatídico diagnóstico, el mastodonte llegaba corriendo desbocado hasta el consultorio para su baño y vacunas. Lo quise como a un hijo al condenado y convivimos de maravilla muchos años hasta que el valeroso can murió asesinado por un mequetrefe a quien le deseo una vida plena y que en su porvenir sólo abunde la felicidad, pero esperando que la vida pudiera darme la oportunidad de tenerlo enfrente, aunque fuera por cinco minutos, para desahogar la pena como la barbarie lo dictamina, así como poderle decir de frente al mentecato que hizo morir a uno de los mejor amigos que he tenido en la vida, pero hacerle ver que le costó trabajo el matarlo: dieciséis horas de agonía hasta que finalmente el doctor lo puso a dormir por que no se moría ni con la sangre retacada de veneno.

Regresando a los perros cantores, estos comienzan a sacar de sus casillas a algunos de los vecinos, y aunque son un caso similar a la difunta mascota de mi prima, solamente que multiplicados por diez, no creo que sea una solución sana la que propuso uno de los conurbanos. Ante todo creo que debe de permanecer la tranquilidad en nuestras mentes para evitar acciones de las cuales pudiéramos arrepentirnos y mantenernos en todo momento del lado de la calma para la salvaguarda de lo decente.

A partir de una asamblea extraordinaria de la junta de vecinos—justo cuando llegó el camión de la basura y a mitad del camellón— empezaron a surgir quejas y sugerencias por parte de los adormilados miembros. Algunos de los problemas que requerían de solución eran: La poda de los árboles por que, en algunos casos, cubren las lámparas de los postes, y pues, la penumbra comienza a apoderarse de algunas zonas de la calle, el urgente desasolve de las coladeras; ya que los individuos que pasan pidiendo para el refresco con sus inmensas “cucharas” argumentando que limpiaron las cloacas parece ser que son sólo charlatanes, alguno que otro problema de servicios públicos, pero el caso del conjunto canino acaparó casi toda la reunión. Mientras se exponían los puntos de vista, así como las posibles soluciones coherentes para el inconveniente de los tenores pulguientos, el vecino conocido como el Unabomber salió con un remedio cargado de violencia y un aparente odio desmedido.

El apodo de este hombre—un poco satírico lo sé, pero fue bien recibido por la comunidad cuando lo saqué a la luz—creo que habla por sí solo. Este impulsivo vecino es un individuo lleno de misterio y bastante enigmático por su anómala manera de ser y actuar. El oscuro sujeto es una persona que rara vez da el saludo, o lo regresa, puedes pasar cien veces frente a él antes de ser reconocido como un miembro de la comunidad y puedes verlo pasar otras doscientas antes de que reconozca tu cortesía o educción. Tiene algunos años de vivir en la localidad y casi nadie sabe cómo se llama o quién es—caso raro por que la vida de todos nosotros es del dominio popular gracias a Doña Mitotes— y pueden pasar meses enteros sin ser visto por el rumbo, por que nunca ha gustado de la convivencia ni de la rutina. Aquel día en que nos dio su arrebatada propuesta, varios de los involucrados conocimos por primera vez su apelativo, así como el sonido de su voz, y pues, increíblemente la primera frase que varios escuchamos de su boca fue llena de rencor y sadismo.

La junta vecinal era acalorada pero los ánimos se encontraban dentro de lo cordial. Ya éramos casi todos los habitantes del lugar los que nos encontrábamos en esos momentos discerniendo entre botes de basura y pantuflas lo que tendríamos que hacer cuando el misterioso vecino hechizado por un impulso, que no fue recibido con albricias, interrumpió la plática con una propuesta que era tan fuerte como el tono de su voz. Cuando estábamos ante posibles soluciones al inconveniente, el Unabomber propuso, con una buena dosis de descaro, que la mejor salida era la de envenenara a la jauría escandalosa. Cuando todos pensábamos que era un desparrame de humor negro por parte del raro individuo, tuvo el inmensa descaro de proponer a una persona que trabajaba para él para cometer el crimen. Todos lo mirábamos fijamente, como cuando observas a un huracán que se encuentra frente a ti, sin saber realmente lo que es, pero intuyendo la fatalidad que se te aproxima. Incrédulos ante la propuesta, todos exigíamos al momento incómodo que emergiera de su boca otra frase, la que fuera, para entonces saber si realmente era cierto lo que escuchábamos. La siguiente expresión de su parte fue preguntar agresivamente si no lo habíamos entendido o escuchado bien, por lo que a nadie le quedo entonces la menor duda. No es que uno se espante con cualquier cosa pero tantos años de inventar injuriosas teorías acerca del Unabomber en el momento se percibían como realidad. Todos le hicimos saber al belicoso sujeto que su solución era un tanto precipitada y sádica, pero de todas formas el grupo entero le agradecimos el gesto. Sus respuestas ante nuestra posición fueron las de refunfuñar que hiciéramos lo que creyéramos conveniente y que no lo fuéramos a molestar si la situación no se resolvía, se retiró amenazante, como haciéndonos saber que no estaba jugando y se alejó con el bote de basura al hombro hacia su domicilio.

Jamás en la vida estaré de acuerdo con una propuesta como la que hizo el desalmado Unabomber y menos después de haber perdido a una mascota de esa horrorosa manera. En lo personal condeno severamente agresiones de esa naturaleza, por que por más que los galgos operistas vuelvan locos a todos, siempre será una locura el asesinarlos para remediar la situación. Prefiero mil veces soportar los ladridos que cargar sus muertes en la conciencia. No me gustaría saber que la rechoncha Doña Mitotes tenía diez perritos, y ya nomás le quedan las croquetas después del genocidio. No podemos exigir que los pongan a dormir por que no soy un insensato ni un insensible, pero habremos de encontrar una solución antes de que otro de los vecinos salga con una propuesta violenta.

Al día de hoy los canes siguen con la cantaleta diaria y Doña Mitotes sigue campechana con sus kilos de más y su desenfrenada desfachatez. El Unabomber no se ha visto por las calles en un buen rato y el frío es el único que, parece ser, apacigua los fastidiosos ladridos. Los vecinos siguen con su vida y sus problemas y la cuadra permanece igual de pintoresca que los días anteriores. Por mi parte, estoy redactando una severa carta a la Delegación de Coyoacán para ver de que manera nos pueden ayudar con el problema de la poda de árboles y con el desasolve de las coladeras, otra un tanto amable para la Sociedad Protectora de Animales con el propósito de rescatar a los desdichados cuadrúpedos de su claustro, y otra más al programa “Misterios Sin Resolver” por que, aunque ya atraparon a Theodore Kaczynski, creo poder brindarles información valiosas acerca del supuesto paradero de otro de los posibles individuos más buscados por las autoridades.

Alex VC

3 comentarios:

  1. Está de poca madre!!! jajaja!!! Eres lo máximo me encanta como escribes y me diviertes muchísimo.
    Ale Bañuelos.

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  2. Hasta lo problemas le ves el lado bueno, esta increible la historia. Malena Ortíz

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  3. jajaja!! Un día date una velta por mi coloia y escribes un libro. Me encnta tu Blog, me pones de buenas.

    Male

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