jueves, 15 de julio de 2010

El Show Que No Debió De Continuar ©




He de relatar una experiencia personal que podría describirse como bizarra y agudamente embarazosa para contarse. Para los que leen puede ser un ameno aprendizaje, ya que la desgracia ajena suele causar hilaridad, y en algunos casos, hasta reflexiones.
La embrollada situación comenzó siendo solamente de dos, y ojala y se hubiera mantenido así. Cuando terminó el pesado momento éramos varios los involucrados, por lo que halagando a la democracia, pregunté a todo el reparto si tendrían algún inconveniente en que escribiera acerca de lo ocurrido. La voz de la mayoría me impulsó a llevar el acontecimiento al teclado, así es que haciendo uso de la libertad de expresión, y apegándome lo más posible a la objetividad, contaré la historia; no obstante que uno de los protagonistas no estuvo muy de acuerdo. Ante esa negativa, y con fines de continuar con el relato, me apoyaré en la respuesta incisiva, pero aprobatoria a la vez, que recibí de: ¡Haz lo que se te dé tu regalada gana!
Alguna ocasión, terminé una relación por demás corta, pero más que intensa, con una hermosa individua, quien es un gran ser humano y un ejemplo a seguir para varios profesionistas. La perspicaz dama me regaló detalles interesantes en los momentos en que estuvimos juntos, provocando en mí admiración hacia su belleza e inteligencia (No es argucia para robarle un beso, es sólo honestidad; lo demás no tendría caso). A cada momento, promovía el raciocinio y la prudencia, lo que al final, terminó por colisionar con mi insistente inmadurez y mi pertinaz atrevimiento. No pararé jamás de agradecerle sus buenas intenciones y no podré tampoco terminar de disculparme por las trastadas que le pude haber hecho. Me quedo con la imagen de sus ojazos color miel y su hermoso consejo de irme al diablo. Ojala ella recuerde el mío de tomar la vida como lo que es…
Para efectos del copioso relato, he de nombrar a la bella sujeta como: La Señora “X”. Esto, con el firme propósito de respetar tanto su identidad como mi integridad física.
La belleza anónima y un servidor nos conocimos en un lugar al que solía hacer visitas profesionales; mismo en donde ella laboraba. Desde el instante en que caballerescamente me presenté con ella, supe que una fascinante historia estaba a punto de comenzar; aunque nunca imaginé el desenlace. Seguí asistiendo al lugar, y después de algo de insistencia, accedió a mi valiente solicitud de salir.
El tiempo transcurrió, y después de altibajos en la consolidación de nuestra alianza y momentos agridulces, la convivencia llegó a su anunciado desenlace a causa de lo opuesto de nuestros polos y lo disparejo de nuestro carácter. Aunque según la involucrada, fue por mi estúpido Síndrome de Peter Pan y porque, en sus belicosas palabras, nuestro nivel intelectual era, a todas luces, disparejo. Tendremos que concederle a la conocedora su agresiva aseveración, ya que a final de cuentas, la que pretendía estudiar a todo momento la mente humana era ella y mi papel nunca será el de defenderme con la pluma.
El detonante de la disolución fue un error garrafal de mi parte: el de no atender sus dramatizadas exigencias. Mea Culpa. A veces tengo la mala costumbre de no pasar por alto lo inaceptable. Reconozco los artificiosos cargos y me adhiero a las consecuencias del suceso, pero nunca jamás a las injusticias o exageraciones malentendidas.
El penoso acontecimiento ocurrió un mal día en que nos encontrábamos en un sitio al que desafortunadamente suelo frecuentar hasta la fecha. Esa noche estábamos degustando un refrigerio y disolviendo el trato que alguna vez habíamos sellado con un beso. (Consejo útil: jamás cometan la estupidez de terminar una relación en un lugar al que tienen que regresar y con público recurrente, y menos, sabiendo que al antagonista a veces le gusta sobreactuar. Eso déjenselo a su lento escribano).
A medida que pasaba el tiempo, la situación se fue tornando complicada: mi postura, sin tratar de ensalzarme, fue a todo momento serena, pensando que era la mejor opción para poder finiquitar las cosas de la mejor manera posible. Inclusive, e ingenuamente, llegué a pensar que la guapa susodicha iba a tener ese mismo pensar; ya que el aprecio mutuo era importante como para cesar la coexistencia perdiendo la calma. Grave error: lo único que conseguí con mi ecuanimidad, fue sacar de quicio, como nunca, a La Sra. “X”.
Conforme exponíamos nuestra manera de pensar, la plática empezó a subir marginalmente de tono. Yo trataba, en todo momento, de mantener la interacción con temperaturas tolerables, no porque sea calmoso, claro que me llego a exaltar, sino porque no suelo ser de los patanes que gustan de tratar a gritos a las féminas; aunque ese día fue lo único que recibí de una de ellas. Conforme el alegato alcanzaba su auge, mis diálogos cada vez eran más efímeros dentro del infame guión. En la desesperación, y con tal de no exacerbar más a mi contraparte, decidí autocensurar mis puntos de vista sobrellevando el desdeñoso momento con respuestas cortas como: “Claro”, “Lo entiendo”, “Así es”, “A veces así pasa”, “Tienes razón”; debido a que la conocida concurrencia comenzaba a incomodarse, casi como yo, con la ignominiosa situación.
Créanme que no lo hacía por dar el malcriado avión, no suelo hacer eso, y menos con una dama; pero ante mis varios intentos frustrados de ofrecer un argumento, al instante recibía altaneras interrupciones en forma de gritos y reclamos intensos que me retumbaban en el cerebelo, me campaneaban en las amígdalas y salían como de rayo a través de mis oídos para alojarse en los de los demás.
De la mano del arrebato, y ante mi sosegada reacción, empezaron a emerger comentarios dolosos de su carnosa y siempre bien pintada boca. Con mirada demoníaca y ojos vidriosos me exclamó:<< ¡Ya veo que te vale madres!, ¡Ahora entiendo que esto para ti es como tirar cualquier cosa a la basura!, ¡Es como dialogar con un témpano de hielo!, ¡Eres una piedra sin sentimientos! >>. Hasta el momento no entiendo qué fue lo que pasó, y malaya la hora en que decidí emplear aquella estrategia: lo que soñé iba a ser la mejor de las conclusiones, para inocentemente intentar que el trato posterior a la ruptura fuera cordial, terminó siendo una exagerada pesadilla de Allan Poe.
¡Ojala y ahí hubiera terminado el acto!
Lo que inició como una plática íntima se convirtió en un acontecimiento del dominio popular. Cuando la controversia estaba en su clímax, y mediante un giro que hasta el momento no logro entender, La Sra. “X” con mirada penetrante y como si su entendida verdad tuviera que ser proporcional al tono de voz, pronunció: <<"Tú afición enfermiza a leer, es por tu miedo a enfrentar la realidad">>. Lo dijo con tal seguridad, que parecía conocerme de más de tres semanas y como si tuviera fundamentos suficientes para su insensible afirmación.
Siendo sinceros tenía un poco de razón, pero su tonito mordaz y su intención dañina no tenían por qué aparecer; y menos con la audiencia en pleno. ¿En qué momento el término de nuestra sociedad se convirtió en un severo psicoanálisis? No tengo idea, pero para mi pesar así fue y ahora creo que el lugar no ayudó mucho para la situación.
Cabe mencionar que la encantadora Sra. “X” le tenía unos celos horripilantes al recurrente hecho de que por las tardes gusto de ir a tomar café y leer en cierto establecimiento del Jardín Del Centenario. Esto realmente la sulfuraba de sobremanera, ya que en su inexacta concepción, especulaba que era sustituida (dos horas aproximadamente) por personas desconocidas, y muchas de ellas, ya difuntas.
Por mi parte, nunca he sido un ser ermitaño ni antisocial; por el contrario: creo ser una persona amena que goza de la compañía de las personas y aceptado por gente que también gusta de mi presencia y de las estupideces que a cada momento suelo hacer y decir, me encanta la pachanga y el estar rodeado de gente me hace sentir de lo mejor. Entiendo que cada quien atesora preciados momentos, los cuales, sirven para el entretenimiento personal: algunos toman clases de manualidades o cursos para aprender cosas nuevas, y algunos otros, valoran actividades como la danza o la pintura. A La Sra. “X”, por ejemplo, le encanta ejercitarse dos horas diarias por la madrugada; cosa que lejos de molestarme o despertar en mí pensamientos suspicaces de estar siendo sustituido por la caminadora eléctrica o por el voluminoso instructor, me encantaba saber que mientas la gente normal dormíamos ella se mantenía en forma y más que guapetona. En mi caso, me encanta el sentarme un buen rato a disfrutar de la cafeína y las letras mientras observo a los paseantes y me echo una que otra plática con los demás compañeros de esparcimiento. Es una añeja y entretenida actividad en donde, pues sí, no lo voy a negar, de repente llega alguna que otra mujer agraciada para beneplácito de los visitantes; pero no es algo tan distinto como en cualquier otro lugar de la ciudad. El que lleguen mujeres al local no significa que vengan dispuestas a conseguir compañía o una relación con los hombres del lugar. ¡Es el restaurante de una librería! Nunca pude averiguar, a ciencia cierta, si lo anterior era lo que incomodaba a la Sra. “X” o era el simple hecho de no compartir aquel tiempo con ella.
El asistir al establecimiento de costumbre fue el gran causal de nuestra desunión, ya que ante sus recurrentes intentos de que lo dejara de visitar, mi respuesta siempre fue seguir yendo; aunque sin afán de pretextar, creo que la inseguridad también metió su cuchara en el asunto.
Ahora en la soledad, empiezo a desear que los pensamientos cochambrosos de La Sra. “X” fueran ciertos y llegara una coqueta damisela a quererme conquistar…
La Sra.“X” terminó de hacer su desafortunado comentario acerca de mi extrañísima enfermedad de leer libros. Yo me mantenía impávido ante la situación y tal vez debido a la incomodidad del momento, se me ha de haber escapado una sonrisa nerviosa o algún cambio extraño se dio en mi semblante, porque de la nada La Sra. “X” furibunda gritó: << ¡Parece que estoy tratando con un niño de doce años! >>. Lo que claramente ayudó para subir los niveles de audiencia, y los colores al rostro…
Desde infante he sido un gran fanático de las circunstancias, mi sentido de la libertad lo tengo desarrollado desde muy temprana edad y mi sentido del humor lo tengo retorcido desde entonces. El enmarcar los momentos chuscos, el expresarme sin miramientos y la inoportuna manía de decir estupideces cuando tengo que cerrar la boca han sido siempre mi sello frente a la seriedad. El decir disparatadas ante a las adversidades me ha traído momentos desfavorables, pero también ha sido de gran ayuda para calmar los ánimos encendidos de los disconformes. Creo que lo hago como un mecanismo de defensa ante las situaciones extremas. Algún día se lo preguntaré a La Sra.“X” para que, con más calmita y sin agravios de por medio, me dé su opinión profesional.
Lo que en un principio de nuestro encuentro me trajo como resultado el conquistar su atención, en el desenlace estaba cavando mi tumba. En los reclamos me hizo saber, en sus enfurecidas palabras, que mi simpleza era resultado de mi inseguridad y mi constante afán de transformar los momentos serios en amigables era debido a mi incapacidad de tomar las cosas en serio. Tal vez tenga razón, pero todo eso me lo hubiera hecho saber cuando nos conocimos, y a lo mejor hubiera hecho algo para regular mis niveles de regocijo con los de su rigurosa sensatez.
Yo recuerdo claramente que su respuesta ante mis sandeces eran festejos y risas incontrolables. Ahora veo que sus dotes histriónicos son innatos, porque entonces, sus litros de lágrimas de risa fueron siempre de cocodrilo: Nadie es tan buen actriz… Recuerdo las tantas veces que con su voz ronca me decía cosas como: “Me encanta tu sentido del humor”,“Tienes la facilidad de hacerme sentir bien hasta en el peor de mis momentos”. Con sus exclamaciones dentro de la discusión me hizo comprender que mis guasas y mis intentos por que se la pasara siempre bien, fueron un grave insulto a su inteligencia. Yo solamente les puedo decir que La Sra. “X” tenía una sonrisa tan hermosa que cada vez que estábamos juntos yo me sentía con la obligación de provocársela y hoy caigo en cuenta de que mi manera de ser fue contraproducente para la armonía; pero nunca lo será para mi memoria…
Después de compararme con un impúber mentecato, La Sra.”X” remató, utilizando decibeles fuera de la norma, con: << ¡Tu miedo al compromiso es debido a tu maldita inmadurez y egoísmo! >>. ¡Sas! Hasta los meseros y comensales que se encontraban inmersos en la escena se voltearon sumergidos en la pena ajena, como agradeciendo a la vida que no traían puestos mis zapatos. La gente empezó a tener una extraña compasión hacia el que, a todas luces, parecía ser el villano de la película, y como un gesto por demás humanitario, hicieron todo tipo de cosas para pretender no haber escuchado los catorrazos desde el principio: los meseros comenzaron a correr por los platillos y bebidas para evitar el contacto visual con mi persona, los comensales pretendían llevar una conversación con sus acompañantes o con sus teléfonos celulares; hasta las mascotas del lugar comenzaron a rascarse ante la fatalidad de los hechos y los pájaros prefirieron cambiar de aires.
Yo contemplaba esas acciones misericordiosas mientras recibía el embate de palabras ampulosas. Por unos segundos, y siendo lo suficientemente discreto para que mi agresora verbal no se diera cuenta, comencé a desviar mi atención hacia todo lo que pasaba a mi alrededor con el único propósito de olvidar, aunque fuera por un momento, mi desgracia. Por más que lo deseé con toda mi alma, la tierra jamás se abrió y continuó por varios minutos más el cruel sometimiento.
Pero ahí no acabó el suplicio. Ánimas que hubiera sido así…
Cuando pensábamos todos en el lugar que ya no podría pasar algo peor para mi personaje, La Sra. “X” exclamó con ojos vidriosos y con el volumen rozando ya las últimas rayas: <<¡No tomas en serio nada! ¡¿A qué le tienes miedo?! ¡Eres un cobarde!, ¡Te odio!>> . Enmudeció el recinto… Me quedé como efigie ante lo que pensé era el colmo de la exageración. Mi postura de Momia de Guanajuato fue al temer que cualquier respuesta pudiera ser utilizada en mi contra, ya que los únicos dos comentarios que había hecho desde hacía rato (uno de ellos fue preguntarle si quería algo más de tomar) provocaron gran parte del entripado.
Al darse cuenta de que no llegaban mis réplicas, se siguió como hilo de media expresando a los cuatro vientos (y a los quince comensales entretenidos con mi infortunio) mis defectos; que parecía los tenía apuntados en la servilleta. Inclusive, sacó algunos muy condimentados con su buena dosis de mordacidad. ¿Pero yo qué podía hacer? Ni modo de alegar que varios de sus comentarios estaban fuera de contexto. Seguramente al tratar de defenderme me hubiera ido mucho peor. Hubiera sido como patalear en arenas movedizas.
Esa noche corroboré que soy sobradamente inmaduro para crear miles de imágenes graciosas y soeces en la mente, mientras alguien está de frente gritándome mis defectos y recalcando mis errores; pero también aprendí que soy lo suficientemente humilde para entender los instantes en que no tengo la razón, y debo de reconocer que la Sra.“X”tenía argumentos suficientes para enfadarse. Aunque sigo pensando que la exageración predominó en la disputa y el engorroso momento de los gritos y sombrerazos estuvo siempre de más. Lo que me reconforta es que, al menos, hubo varios que se entretuvieron con el espectáculo; y aunque creo que mi colaboración fue bastante digna, la crítica asegura que La Sra. “X” fue quien se robó la escena…
Después de hora y media terminó con un sermón, casi autoritario, de lo importante que es siempre (lo recalcó con pasión) tener los pies en la tierra y mantenernos, todos los días de nuestra vida, en el mundo real para siempre (lo volvió a recalcar como si no me hubiera quedado claro la primera vez que lo gritó) actuar de manera responsable y madura en nuestras actividades y relaciones interpersonales. Yo mientras tanto hacía buches de impotencia, sin dar crédito a lo que seguía sucediendo, y pensando que era una exageración total. Después de minutos, que se me hicieron lustros, de escuchar la leída de cartilla y el inventario de mis defectos, intuí que lo último que necesitaba en esos momentos era una clase de superación personal. Por más que me pellizcaba las manos nunca logré despertar de la pesadilla, pero ante lo severo de sus comentarios, tenía que darle la razón moviendo, solo unos milímetros la cabeza: lo que quería era que dejara de maullar el gato; aunque yo siguiera atrapado en la ratonera…
Aquí entre nos, no estuve muy de acuerdo con varios de sus consejos, y no por soberbia, sino porque siempre he tenido el defecto de ver la vida de manera más simple y la pésima tradición de no ser rigorista…
Una vez que concluyó el discurso, y después de mantenerme apático ante la embestida verbal (solo le faltó aseverar que yo era Jack El Destripador), superé mi impulso de salir corriendo despavorido entendiendo que debía de terminar la conversación de la mejor manera posible, y con la madurez y responsabilidad que tanto requería mi interlocutora. Tomé aire del cuarto cigarro encendido en vano, y tratando de mantenerme en una sola pieza, intenté comenzar mi réplica: empecé disculpándome de nuevo por todo lo sucedido y traté a toda costa de regresar la conversación a la calma. Le dije, con algo de miedo, que tenía razón en todo lo que había dicho, y no por conceder displicentemente; sino porque detrás de su exageración realmente había algo de verdad. Le pedí se calmara y le comenté que no había necesidad de irritarse. Traté de explicarle que me conozco como nadie y sabía lo desesperante que puedo llegar a ser.
La situación mejoraba poco a poco. El soportar escarnios en público había pasado de ser bochornoso a cotidiano para mí. En el momento, mi preocupación era intentar calmar las aguas para dejar de ver al ser molesto y contemplar a la mujer que tantos momentos agradables habían provocado en mí. Al intentar explicarle lo que había significado para mí conocerla, me percaté que La Sra. “X” trataba, sin éxito, de verter azúcar en su café de un recipiente casi vacío, por lo que interrumpí mi propio dialogo para pedirle al mesero un poco más del endulzante. Mi caballerosidad me llevó a la perdición: como si hubiera insultado a la más respetable de su casa, La Sra. “X” montó en cólera y regresamos, en segundos, a la escena dantesca…
Cuando pensé que la situación estaba bajo control, el arrebato me hizo saber lo contrario. Como si una extraña fuerza la poseyera, comenzó a exaltarse exponencialmente. Al ver como empezaba a formarse una mueca de ira en su bello rostro entendí que la concordia ya era difunta. Con unos aspavientos fuera de lo común y con un manoteo enérgico a la mesa me recriminó: << ¡Ya lo ves! ¡Así nunca se va a poder! ¡Me estás hablando en serio y de repente te interesa más la maldita azúcar! ¡Cómo puedo tomar en serio a un alguien como tú! >>. El público celebró que había terminado el intermedio, y enseguida, los lugares estaban de nuevo repletos para seguir disfrutando del show que no debió de continuar.
La Sra. “X” se puso como jamás antes la había visto. No podía dar crédito a lo que veían mis ojos y lo que sufrían mis oídos. Tenía que atribuirle a algo más que mi torpeza ese arrebato. Comencé a pensar que había algo más allá de mi personalidad irritante (como ella la calificó) lo que la estaba perturbando en extremo. Aunque la curiosidad me mataba nunca me atreví a preguntarle, pero ante sus gritos y sus cambios tan drásticos de ánimo, me di cuenta de que no sólo faltaba azúcar en la mesa; sino también algo de Litio…
No me quiero excusar de ninguna manera, porque cada quien tiene que afrontar su dosis de culpa; pero la manera tan exagerada de actuar de La Sra “X”, casi le cuesta el Ariel. Empiezo a dilucidar que cuando estaba en mi turno de réplica, ella solo se mantenía sosiega por que esperaba pacientemente la infaltable estupidez de mi parte para poder seguir con su retahíla…
Cuando el dramatismo se encontraba en su máxima expresión y el público se encontraba, ya, al filo de los asientos, La Sra. “X” grito enfurecida: ¡Eres un imbécil! ¡No te quiero volver a ver! ¡Estúpido!...
Lo que al principio de la gresca eran quejas y recriminaciones, en ese momento, ya empezaban a aparecer en escena las ofensas. Se siguió con una sarta de insultos subidos de tono, los cuales, no me atrevería a repetir; y todo por pedirle más azúcar al mesero… Se metió por supuesto conmigo, con mi familia (como si alguna vez la hubiera conocido), con mis amigas, a las cuales se refirió a cada una de ellas con el apelativo más añejo del mundo, ¡bueno! Hasta a algunos de los presentes les llegó la salpicada de agravios. No es por hacerme la víctima, pero incluso hasta calumnias empecé a escuchar…
Mi serenidad comenzó a verse afectada por las insolencias tan imprevistas: y es que uno puede soportar estoico los reclamos, pero los insultos no hay quien los aguante; y menos con testigo presenciales.
Cuando ya hasta la paciencia me exigía a gritos que le contestara sus injurias, La Sra. “X” se levantó de la mesa ante la mirada incrédula, pero interesada, de la concurrencia. Creo que lo que pensé en ese momento, rondaba ya por las cabezas de los demás. Cuando la vi erguirse con rapidez, empujando con algo de fuerza su silla para atrás, y aventando con algo de ímpetu la tasa de café me dije a mí mismo: “Ésta me va a pegar”…
Con una pose fúrica, me invitó, a grito pelado, a irme al diablo. Me pidió con alaridos que nunca jamás la volviera a buscar (creo que en ese sentido no tiene por qué preocuparse). Y me hizo saber con ademanes y desplantes malcriados que la había perdido para siempre…
Mientras tanto, yo deseaba con todo el corazón que el tiempo dejara de ser tan parsimonioso. Regresé a mi estado impasible esperando que la vida me premiara con un desmayo o algún evento desafortunado para evitar más vergüenzas. Cuando La Sra. “X” hizo una pausa en sus insultos, pensé por un momento que era el fin de mi martirio. Dio un giro extraño, rodeando la mesa, y para de veras rematarme, exclamó algo que después de tanta alharaca me terminó por caer en los meritos huesos:<< ¡Nunca en tu maldita vida vas a tener a una mujer como Yo!>>.
En ese momento dejé de esperar cualquier cosa. Ante su escandalosa humildad no me quedó más que emitir una sonrisa mordaz. Su estridente sencillez terminó por encajárseme en las muelas. Solamente me concentré en el fastidioso momento y le hice unos ojos de reclamo. Con la mirada le intente decir: “Ya me recriminaste, ya me reprendiste, ya me psicoanalizaste, ya me insultaste, y ya me demostraste qué tan modesta puedes llegar a ser. ¿Qué más quieres?”. Afortunadamente no me atreví a decirlo, y sólo lo externé con los ojos: de otra manera, hubiera sido el acabose…
Ante mi mirada recelosa, la Sra.“X” ni se inmutó. Dando un paso, de regreso, hacia la mesa y con voz de tirana exclamó: << ¡En tu vida me vas a volver a ver! ¡Ni se te ocurra venir a llorarme, porque solo te vas a llevar una humillación! ¡Me voy y no vuelvas a buscarme! >>. El público estaba a punto del aplauso y de arrojar flores al escenario. Seguramente varios de los presentes jamás habían disfrutado de tan magno espectáculo.
Cuando terminó de decir su alegato, empezó a apartarse todavía más de la mesa. Antes de alejarse por completo, volteó de nuevo y cruelmente reflexionó que la había perdido para siempre a causa de mi estupidez, regalándome, enseguida, un cruel ¡Hasta nunca!...
Ignoro la que en ese momento fue mi reacción. Sería a lo mejor porque sus últimos comentarios le hubieran caído pesados hasta a Gandhi. Pero a lo mejor impulsado por la tirria, salieron de mi boca tres palabras que terminaron de desquiciar a La Sra. “X”. Inmediatamente después de su aparatoso “Hasta nunca”, y cuando ya estaba por irse, le respondí con un nivel de voz, hasta entonces, desconocido para la audiencia: <<¡Vas a regresar!>>. La Sra. “X” reaccionó de inmediato. No existía la posibilidad de que no contestara a mi retadora aseveración. Regresando los mismos pasos que había avanzado hacia la salida, enfurecida me gritó con dolo:<< ¡Eres un estúpido!, ¡Qué no entiendes español, ¡Hasta nunca!>>…
Cuando me lo propongo, puedo ser absolutamente irritante y un especialista en sacar por completo de sus casillas a aquel que está enfurecido, así es que en mi inmejorable sarcasmo le respondí:<< Técnicamente, ya volviste; pero de todas formas se lo repetir: ¡Vas a regresar!>>. Exacerbada por su odio hacia mi sarcasmo y persona, La Sra.“X” volvió a insultarme con vehemencia ante un público que vivía en carne propia la escena. Hizo un movimiento de manos como repudiando mi desfachatez y me repitió: << ¡Vete al diablo! >>…
Ante su enojo, y recordando los tantos insultos que me había soplado en la velada, le grité un poco más fuerte antes de que cruzara por completo la salida: << ¡Vas a regresar!>>. Los asistentes sólo alcanzamos a escuchar un balbuceó, que seguramente fue otro insulto, y la vimos partir furibunda hacia la lejanía.
Sé que no debí haberle dicho tal cosa; pero esa noche recibí más insultos que en toda mi vida. El aseverarle con petulancia que iba a regresar, no lo hice por impotencia o coraje. El gritar, ante el pleno expectante, que habría de volver, no lo hice por sentirme algo que no soy, o por recuperar una onza de dignidad. Puedo tener el Síndrome de Peter Pan, puedo tener un nivel intelectual pobre, puedo ser una piedra sin sentimientos, puedo actuar como un niño de doce años, puedo ser inmaduro y egoísta, y puedo ser un estúpido como lo aseguró La Sra. “X”; pero también puedo ser un excelente observador: si le aseguré jactanciosamente que tendía que volver, fue por que cuando empujó con algo de fuerza su silla para atrás, y se alejó unos pasos de la mesa, lugar al que nunca regresó, me percaté de que su bolsa se había quedado colgada en el respaldo del asiento. Cuando iba saliendo del lugar, le repetí que iba a regresar, no porque pensara que algún día querría volver a mi lado; sino porque tendría que hacerlo eventualmente si quería recuperar sus pertenencias que había olvidado por el entripado. Y ahí iba a estar Yo ¡estoico e imbatible! Como cuando, minutos atrás, recibí sus constantes infamias.
Algunos minutos pasaron. La Sra.“X” se dio cuenta de que olvidó su bolso durante el arrebato y regresó por lo que era suyo. Cuando reapareció en la escena, las luces iluminaron como nunca sus ojazos color miel, y aquel “Te dije que ibas a regresar” que nunca expresé, sigue retumbando en lo más recóndito de mi corazón…
La audiencia estaba sin parpadear ante lo que parecía ser el final de la función. El último diálogo de la primera actriz fue la respuesta en la que me basé para hacer este relato y mi odiosa pregunta de:“si algún día podía utilizar el bochornoso momento para inmortalizarlo en el papel” fue la peor de mis líneas.
Cuando la Sra. “X” salió, para no volver, el público rompió en ovaciones. La escena había quedado para siempre en la mente de los involucrados como la mejor de las representaciones. Hubo risas, llantos, burlas y mentadas; cada una incrustadas en las paredes del recinto. Hasta la fecha, se sigue hablando de la puesta en escena y del reparto. El reconocimiento para la Sra. “X” será siempre la devoción del público, y el galardón que me persigue hasta la fecha, es la mofa de los que presenciaron el momento y siguen frecuentando el lugar.
Nunca volví a hablar con la recordada Sra. “X”, pero sé que está bien y feliz de la vida con un director que sabe aprovechar su talento. Yo sigo en la misma locación y en la misma mesa. En la misma silla de aquella fatídica noche y con un libro distinto. Con diferente compañía, pero con el humor de siempre. Y hasta el día de hoy, y miren que ha pasado el tiempo, el mesero jamás trajo la azucarera...

Alex VC





3 comentarios:

  1. WoW!!!!!!! y JAJAJAJAJA!!!!! Ahora si me hiciste el día y el mes. Qué barbaro debrías de escribir un libro, escribes de pelos y tienes una chispa y un sentido del humor increible para escribir. te tengo envidia. Te felicito y lo voy a compartir por que de verdad que esta increible JAJAJA eres lo maximo y ojala y algun día me digas quien es la sra. X, te mando un beso "Male" ; )

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  2. Estoy deacuerdo con los JAJAJAs y con el WOOW. Cada vez haces uno mejor este esta increible.

    Paty Vega

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  3. Ahora si que me hiciste reir, es un cuento de terror y bueno la Sra. X adicional a la hormona (que es cosa seria) es bipolar......(aqui entra la Tia") no sabe lo que perdio....hombres como tu no salen en maceta.
    Marcela

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