miércoles, 3 de febrero de 2010

Carta a Santa Claus (Diciembre del 2006) ©

Querido Santa Claus:

Espero te encuentres bien y sigas tan caritativo y jovial como acostumbras. Creo que nunca te agradecí todo lo que me diste en la primera década de mi vida (eso va también para tus cómplices, mis familiares). Por lo que ahora, tarde pero seguro, y en mi casi treintena actualidad lo hago con reconocimiento, y porque sé, que tu nunca te olvidas de los cuates.
Ha pasado mucho tiempo, estimado Noel, desde la última vez que te escribí, pero no creas, no pasa ninguna época decembrina, desde aquél añejo entonces, que no salte a mi mente, aunque sea por un momento, ese infante sueño que rodea tu existencia. Han pasado más de veinte años desde que, con aguardo e infinito anhelo, redactaba mis deseos y peticiones (casi siempre materialistas, eh de confesar con apocamiento) para mandarlos por Correo Express hasta tu gélida morada. Ha sido un largo período desde que absurdamente decidí no escribirte más.
Qué falta me hizo tu bonachonería aquellas deseadas vacaciones navideñas que pasé encerrado en mi casa debido a la atinada varicela que me pegaron (sospecho de un primo rapaz del cual mejor no digo el nombre) convirtiendo la etapa de juegos y vaganzas en un obligado exilio de dos semanas. Aunque queja no lo es tanto porque, como el bodoque que era, me consintieron a todo momento los que tanto me quieren.
De ahí en fuera, mis recuerdos de las navidades son muy buenos. Los festejos en casa de mis abuelas, tíos y amigos en donde nos reuníamos (y lo seguimos haciendo) los multitudinarios miembros de la familia. Recuerdo los regalos, la tertulia, los ricos guisados, los exquisitos desaguisados y demás condimentos necesarios para departir en una encantadora cena de locos. El lugar no es imprescindible para que la pasemos bien, ya que han habido las veces en que nos hemos trasladado hasta apartados lugares como: la fascinante Riviera Maya, Ixtapan De La Sal, La Perla Tapatía, El Puerto Jarocho o Atlanta Ga. (Bella ciudad Estadounidense que recibió las Olimpiadas del 96 y en donde radica nuestra representación diplomática, folklóricamente adecuada, de este atrayente clan). Somos, hazte de cuenta, un punto medio entre La Familia Buendía de García Márquez y La Burrón de Vargas Bernal, cuyos miembros somos una peculiar amalgama entre La Caja de Pandora y un estuche de monerías. De ahí que las cenas navideñas sean siempre llenas de buenos momentos y gozosos eventos.
Este año, preciado San Nicolás, como comprendo que te ocupa mucha chamba, y porque realmente en mi casi tercio de siglo ya no hacen juguetes ni cacharros que me llamen tanto la atención, solamente te voy a pedir algunas cosas que no van a robarte mucho espacio en tu gran bolsa de dádivas. Y aunque no he sido, lo que se dice un monje piadoso, tampoco creo haber actuado como un malhechor de tiempo completo, por lo que exhorto tu imperecedera humanidad para hacer realidad mis deseos; ya que a fin de cuentas, las peticiones no son tanto para tu no tan hábil redactor, sino para las personas que apapachan mi vivir.

Te enlisto mis peticiones (son vastas, espero no haya fijón) esperando, como siempre, tu magnánima respuesta:

A mis padres: a los autores intelectuales de mi existir, a quienes les tengo que agradecer mi presencia en el mundo (sin su intervención biológica nunca hubiera podido escribir esta carta) y a quienes les debo la familia que me rodea. A esos maravillosos y pintorescos seres que me heredaron sus rimbombantes apellidos, sus cualidades y defectos, su tutoría hacia la fuerza y sensibilidad ante la vida. Los que me enseñaron la libertad y me inculcaron el amor. Los que me regañaban cuando tenían que hacerlo y me consentían a veces sin merecerlo. A los que con conciencia me enseñaron el poder de decisión y me regalaron su comprensión en tantos momentos desde mi arribo a este espacio y tiempo.
A ellos dales lo que me dieron, que es la vida. Tráeles salud y bienestar, porque quiero tenerlos mucho tiempo, ya que al tiempo, quiero corresponderles sus actos amorosos con los míos.

A mis madres: Has de saber, mi buen Kris Kringle, como dirían mis primos mexa-gabachos, que a tu servidor no le queda el tan mexicanísimo dicho de “no tienes madre”, o “eres un desmadre”. Esto es, debido a que afortunadamente conservo y quiero (por convicción y no por default) a la que me dio la vida y da la suya por mí. No obstante la suerte, gozo de las que me vieron nacer y ven a cada momento por mí como Marcela mi tía que quiero sin mesura y me ha dado tanto en mi vida. También está mi abuela que hasta la fecha se desvive por consentirme cual si fuera yo un infante nieto. Aunque parezca increíble mi fortuna, me deleito con las que me quieren como uno más de sus hijos: como son mis demás tías (amadas con locura por su sobrino) repartidas entre La Ciudad de México, nuestro dotado de hermosura territorio nacional, y más allá de las fronteras y quienes jamás han necesitado pagar aranceles para recibir mi querer. Están también las amigas de los creadores de mis días quienes me abren las puertas de su casa como las de su corazón (apreciadas por el mío, aunque dejara de latir). Y por si fuera poco, cuento con las agraciadas progenitoras de mis amigos (eternamente queridas por su hijo postizo), que en algunos casos, tengo más de la mitad de mi vida de conocer y me faltará vida para corresponderles su cariño.
A todas ellas, por favor, mándales fortuna, amor, cariño y salud como recompensa a la gran fortuna que tuve de haber recibido siempre su amor y cariño que tanto sana mi ánimo.

A mis abuelos: debo de aparecer en el libro Guinness, ya que tuve la riqueza de conocer a todos mis abuelos y a casi todos mis bisabuelos. Es un caudal de júbilo conservar a mi bisabuela y abuelos maternos (adorados encantos de la vida, todos ellos), así como a la abuelita paterna que me quiere y la quiero en extremo. Todos ellos gozosos de salud y con envidiables ganas de vivir. Mis antecesores son un caso, cada uno de ellos. Son tan coloridas sus esencias que me tardaría horas en hablar en particular (aunque la historia de todos vale la pena). Pero, a manera de resumen, te digo que todos han sido buenos con su retoño, de ahí mi eterno aprecio para ellos. Han sido siempre cariñosos, atentos, cargados de anécdotas, dicharacheros, llenos de jolgorio, puestos pa´ la fiesta, y por supuesto, queridos por todos. Llevo siempre sus vivencias que me contaron, sus consejos que me dieron (y me dan, aunque ya no estén conmigo), sus dichos, sus regaños, sus alcahueterías, sus herencias periodísticas, su legado, su ejemplo de vida, así como su dedicación a este su sucesor.
A ellos tráeles más fuerza para seguir queriendo y gozando a la vida, a sus hijos y a sus nietos. Dales salud para que sigan viviendo como lo hacen y para que todos nosotros podamos disfrutarlos muchos años más.

A mis tíos: Aquí tengo que hacer una pausa para intentar explicar una situación, la cual, podría volver loco a cualquier lector: Existe en mi haber familiar, una peculiaridad que hace complicadísimo a tu inexperto ensayista nombrar a quienes son mis primos, a quienes son mis tíos y a quienes son mis tíos abuelos. Esto es, debido a que tengo tíos que son más jóvenes que yo (casos extremos de hasta más de 10 años de diferencia), tíos que son de la edad de mi señora madre, tíos abuelos que son de la generación de mi progenitor y cuyos hijos vendrían siendo mis tíos pero he convivido toda mi vida con ellos como primos, tengo también primos que podrían tener edad suficiente para ser mis hijos, y varios escenarios y circunstancias que hacen prácticamente imposible al que escribe darse a entender, por lo que he llegado a la sana conclusión de nombrar a los que se acercan a mi generación como primos y a los que son contemporáneos a mis padres como tíos. ¿Difícil verdad? Creo que es menos complicado chiflar comiendo pinole.
Ahí va de nuez. A mis Tíos: a todos los que llamo tíos y quiero inmensamente por igual. A aquellos que han sido mis padres sustitutos en cortos y prolongados lapsos de tiempo, en que su “encajoso” sobrino, pasaba etapas enteras de vacaciones y me trataban siempre de fábula (desde mi advenimiento hasta el inevitable hasta luego). A los que me consienten y me quieren como a mis primos, a los que me tratan como un hijo, aunque no tengan los propios (yo a ellos los quiero como padres, aunque tenga los míos), a los que nos llenan de emociones y de buenos momentos con su inigualable disposición de colmarnos de buen humor, a los que me inculcaron el querer siempre a la familia, a los que me instruyeron para decir mi primera peladez, a los que jugaban conmigo, a los que me aconsejaron siempre, a los que me enseñaron hábitos tan útiles en mi vida como la lectura, a los que me dieron tanto. A todos ellos que son tantos y tanto que los quiero.
A mis tíos tráeles felicidad y salud para compartirla con los suyos. Tráeles eterna dicha, ya que esta va a servir para todos nosotros, su familia.

A mis primos: a ellos que son cuantiosos en ambos lados de mi amplia parentela. Esto va también para aquellos que contrajeron nupcias con mis primos, y los quiero como tales, aunque no coincidan nuestros genes. A todos ellos cuyos recuerdos personales tengo solo los buenos, no obstante que algunos de mis queridos familiares dedicaron gran tiempo de su adolescencia para molestarme en mi niñez (la vida te da oportunidad de cobrarte facturas con primos menores que tú). A los que han sido mis compañeros de aventuras, mis cómplices en fechorías y travesuras, mis acompañantes placenteros en los viajes familiares, mis creadores de fórmulas para fastidiarme, mis víctimas de bromas, mis amigos, mis hermanos, mis vecinos, mis generosos anfitriones, así como mis huéspedes de lujo.
A todos ellos regálales una dotación de buena vibra y de energía positiva que se convierta, cada día, en salud y satisfacciones. Esto los hará felices y me llenará de felicidad al verlos bien.

A mis amigos: a las amigas y amigos que son afortunadamente tantos y atinadamente míos. A todos los que tengo cerca y a los que están dosificados en la provincia y costas de mi México, así como los que tengo en latitudes lejanas de mi mundo pero cercanos siempre de mi corazón. A esos curiosos individuos que han hecho de mí un eterno admirador de la amistad y un perpetuo partidario de su afecto. A todos ellos que son mis cuates para lo que sea que se nos ocurra, mis carnales para lo que se me ofrezca, mis compinches durante el regodeo, mis secuaces en las maldades y ocurrencias, mi pandilla de toda la vida. A las, y los, que han sido mi hombro cuando los necesité y han sabido ser mi gran apoyo cuando la regué. A mis colegas de la vida a quienes conozco desde niño y veo como hermanos (que son). A los que conocí hace mucho tiempo y veo de igual manera. A los que tengo poco de conocer, pero sé, que la vida nos dará harto tiempo de fraternidad. A las que han sido mis piropeadas novias, hoy mis aduladas amigas. A los que me han querido siempre (hoy todos ellos). A las parejas de mis amigos a quienes al día de hoy veo con el mismo distintivo. A los que traen agradables paquetes familiares a la amistad. A todos mis consejeros en los momentos difíciles y mis copartícipes en los felices. A mis allegados en la vida, a mi camarilla en la camaradería, a mis comparsas en el despapaye y a mi comitiva en la pachanga. A todos ellos que son todo lo que soy.
A estos grandes amigos tráeles más aún, porque nunca he sido partidario de reducir a los amigos al número de dedos de la mano, por algo tenemos dos y hasta dedos en los pies. Tráeles salud, éxito y felicidad, ya que planeo compartir con ellos mi vida y me dispongo a prolongar nuestra amistad.

A mi familia y amigos que están lejos en kilómetros, pero cerca en pensamientos. A los que nos vemos, en mi dramatizado parecer, a cuenta gotas pero da un “chorro” de gusto cuando nos encontramos. A todos ellos que me sirven tanto para demostrarle, a cualquiera que me pregunte, que la distancia y el tiempo no son condicionantes en la fórmula del cariño eterno. Tráenos más instantes de regocijo juntos. Tráenos más risas compartidas y un mayor número de encuentros. Danos más momentos para generar, todavía más, recuerdos inmediatos.

A los que ya no están con nosotros: A los que se nos fueron prematuramente (y sin nuestro consentimiento) de este osado y peliagudo mundo, pero que se encuentran fijos en nuestra mente y en el corazón. Diles, si es que tienes la posibilidad, que los extrañamos y los recordamos a cada momento. Diles que las experiencias compartidas las inmortalizaremos en el pensamiento. Hazles saber que sus enseñanzas de vida las trataremos de emplear en las nuestras como un homenaje al cariño que siempre nos dieron.

Yo sé que me mandé con las peticiones, y aunque quisiera requerirte muchas más para todos ellos, entiendo que ya estuvo bueno el encaje. Así es que te dejo, mi amigo pascuero, agradeciéndote de antemano tus detallazos y tu duradera generosidad.


Cordialmente:

El niño que lleva dentro Alex Villasana Carbonell


5 comentarios:

  1. Esta hermosa la cartita a Santa te mcndo muchos besos Nora

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  2. Me hiciste hasta llorar, felicidades esta muy bonita

    Vane

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  3. !Wow! me dejaste sin palabras. me encanta como escribes y el niño que llevas dentro

    Besos
    Ale Vera

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  4. Está Súper,felicidades niño no solo eres lindo eres talentoso, pon mi poema del sol te doy permiso jajaja, para que lo lean todos. Te quiero Xol

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